POEMA DE LOS AMANTES DE ALBORAYA
1º Parte — De la Morisca
Me juraste amor eterno
bajo el cielo de Alboraya,
cogiéndome entre tus brazos,
besándome por la cara,
y regalásteme flores
y mi Reyna me llamaras:
«Eres mi princesa mora
eres la luz de mi alma
y no habrá fuerza en la tierra
ni de dioses ni mundana
que me alejara de ti
de mi princesa Soraya».
Esas cosas me dijiste
una noche en Alboraya,
junto al huerto de mi padre,
en el barranco del agua.
Pero pasaron las lunas
y nuestro amor se enfangara
y llegaron los decretos
que de la corte emanaban
y el tercero de Felipes
nuestra sentencia firmara.
Fue siguiendo a su valido
el que de Lerma llegara,
y en concilio de demonios
nuestra suerte fuera echada:
«Los moriscos de Valencia
los primeros de la infamia
que abandonen por el puerto
rumbo a las tierras extrañas,
que se confisquen sus tierras
y que no se lleven nada:
son herejes, mal cristianos,
de los turcos son la espada.
No importa que lleven siglos
viviendo aquí, en España,
trabajando en nuestras tierras
como sastres, artesanos,
arrieros de temporada;
no importa que tengan hijos
ni que el árabe no parlan,
ni que del cerdo la carne
coman a cada mañana;
tampoco cuentan sus ropas
ni el crucifijo en la almohada;
solo porque no son viejos,
viejos de sangre cristiana
el que más lleva tres siglos
y tres siglos… no son nada,
deben salir desta tierra,
rumbo a las tierras extrañas».
Y una tarde de verano
cuando mi casa empacaba,
apareciste en la puerta
con tu padre y con tu hermana;
ojos llevabas de muerto
pero las ropas bien caras,
los hombres portaban medias,
calzones, calzas y capa
y borceguíes de raso
con hebillas esmaltadas
y la hermana iba luciendo
finas sedas sevillanas,
saya entera y buen copete
y un capotillo de lana.
La visión era sombría
de tres cuervos en la rama.
«¿Qué buscan vuesas mercedes
en esta humilde morada?».
Y el más joven de los cuervos
se adentró y así graznara:
«Escuche bien mi señora,
pues es mi honor el que parla,
el honor de una hidalguía
que procede de Alboraya.
A vos di amor eterno
y juré que me casaba
y por mi honor y mi nombre
necesito de Soraya
liberar mi juramento
y romper esta alianza;
pues no casa con morisca
un hidalgo de Alboraya».
Así graznara aquel cuervo
que de la rama bajara,
con la mirada en el suelo
y la hombría en la cloaca.
Y pensar que fue mi hombre
que por su amor suspirara,
de sus ojos fui cautiva,
de sus palabras esclava,
de sus manos era arcilla
con la que él se deleitaba
cuando aún no había edictos
que moriscos desterrara,
ni existían los hidalgos
con finas sedas y capa;
solo existía el amor
bajo el cielo de Alboraya.
«Id tranquilo, su excelencia,
marchad en buena compaña,
que no volveréis a verme
por las tierras desta España;
mañana parto hacia oriente
con mi gente y exiliada,
traicionada por mi amante
por mil veces engañada.
Ni mi tierra era mi tierra,
ni mi casa era mi casa,
ni mi pueblo era mi pueblo,
ni mi amor era de plata,
ni sus palabras honestas,
ni su juramento valga,
ni su sangre era tan pura,
ni la mía era de esclava».
«Partid con vuestros honores
y olvidaos de Soraya
y al cruzar Puente del Moro
camino a casa cristiana
arrojad mi corazón
a la acequia de Mestalla,
que se lo coman los peces
o que arda en una falla,
pero que vuecencia pueda
salvar su honra y su casa
y dormir a pierna suelta
pues con morisca no casa».
2ª Parte - Del Hidalgo
Han pasado ya cien años
más mi condena seguía,
soportando yo esta pena
por la noche y por el día
de ser tan solo una sombra,
de arrastrar mi cobardía,
una escoria en la basura,
un gusano en una ría;
pues traicionando a mi amada
me doctoré en villanía.
Y yo maldigo a mis padres
y maldigo mi hidalguía
y maldigo a los de Lerma,
a curas y a sacristías
a aquel Felipe de Augsburgo,
a mi hermana y a mis tías
y maldigo yo a Alboraya,
y a sus gentes tan impías
que apoyaran el decreto
que a los moriscos hundía.
Y maldigo a los corsarios
que pueblan la Berbería,
a alfaquíes y doctores
por mantener su porfía.
Y maldigo a los imanes
por cebar la rebeldía
y por clamar desde Túnez:
¡Volvamos a Andalucía!
Tanto tiempo maldiciendo
mientras a ella yo perdía
por no mirarme hacia dentro,
por no ver mi cobardía.
Solo espero ya la muerte,
la busqué sin gallardía,
y aunque he seguido su estela
en mil luchas y porfías,
en las guerras y en cantinas
un ángel me protegía,
para seguir arrastrando
del mundo mi felonía.
Mas se acabaron mis fuerzas
mi casa yo buscaría
y entre estas cuatro paredes
mi estirpe terminaría:
el más infame de todos
el infante de Buendía.
*
Esta noche un dulce sueño
hizo la espera más grata,
primera noche de tantas
sin llorar de madrugada;
el sueño quiero contarles
antes de entregar el alma.
Aquella tarde de julio
cuando fuimos a su casa,
en carroza de Bruselas,
con mi padre y con mi hermana,
con ropajes de nobleza,
en ricas sedas bordadas,
a cantarle las cuarenta
a la morisca expulsada,
que embrujando mis sentidos
mi juramento sacaba;
que un Buendía de Valencia
con morisca no casaba
Así empezó aquella tarde
cuando cigarras cantaban,
cuando su casa perdía,
cuando Soraya temblaba,
y acercándome hasta ella
un beso yo le plantara
en sus labios temblorosos:
«No llores mi fiel Soraya,
pues mi amor yo te he jurado
y yo cumplo mi palabra
y no habrá fuerza en el mundo
ni cristiana ni pagana
que pueda cambiar mi rumbo
y apartarme de mi amada».
«Por ti renuncio a mis padres,
a mi nombre y a mi espada,
al escudo de mi estirpe,
y a las tierras de Alboraya,
también renuncio a mi gente
y a la imbécil de mi hermana
y renuncio a las prebendas
de los nobles en España
y renuncio yo a Clotilde,
hija de los Calatrava,
la esposa que me buscaron
entre las nobles cristianas».
«Por ti seré un fugitivo,
por ti dormiré en cabañas
por ti cruzaré los mares
y empezaremos de nada,
y buscaremos un sitio
donde reine la esperanza;
que no persigan al pueblo
por el color o la raza,
por sus rezos o sus libros,
o por la carne que gastan,
donde podamos querernos
sin esconder la mirada».
Así hablara yo en el sueño
y como hombre quedara,
y mi padre con desprecio
su guante a mí me tirara
y mi hermana el crucifijo
a los labios se llevara
«¡Maldito seas!»: me dijeron,
¡vete y no vuelvas a España!:
has traicionado a tu gente,
¡que Dios castigue tu falta!
Palabras que yo no oía
pues con Soraya lloraba,
abrazados en el centro
de la que fuera su casa.
Así acabara este sueño,
sueño que nunca acabara,
y que se acabe mi vida
antes de abrir la mañana
y que pongan en mi tumba:
«Murió de amor por Soraya».